Las cárceles nos sueñan (por los otros) los rostros ortopédicos, envejecidos, embrutecidos del silencio. La belleza extrema -piel de niño- de esa ausencia, de esa falla total de lo evidente, de lo perceptible, lo sufrible aun, la nostalgia de lo sido; todo (todo lo que justamente no es) es allí disoluto: hoy el silencio no es silencio.
Ese sueño de enrejado compañero nos ha conquistado, penetrado, absorbido. Dalton, por decir, no es palabra autorizada, sino lo opuesto: lo es todo. Y no digo que el mundo devenga en cárcel, pues, si tan simple fuera, fundiría mis dedos en bronce y no en tinta. Digo, oigan, que no hay azar en nuestro adentro, no hay, acaso, una luz y una sombra, una acuarela que cruce a nado el lienzo en tempestad; hay mas bien una libertad fulgurante que se ha autoforjado con hierro cálido y bordó un gigantesco callar. Que se ha podrido en el perfume del silencio.
Orada en los más hondo el latido extraño de lo temido. Sépanlo. Óiganlo. No ha sabido cabalgar, con tan poco lo han domado. Le han confundido la forma, asesinado la diástole, entorpecido las manos, avasallado el rostro. Como el chillido agudísimo del murciélago penetrándolo a diario, a cara de limón. Así la mordaza.
Yo no se cuando es que triunfa la muerte. Si al comienzo, cuando uno nace incapaz de llorar; o al final, cuando uno lamenta no haber llorado, allí, cuando tenía voz. O es acaso que un trío de deidades ciegas y arbitrarias (un tribunal) dictaminan la sentencia: “tu, en vida, callarás”. Yo no se. Tal vez es albedrío, tal vez cada uno de los unos lo decide en su más íntimo y -paradoja- colectivo secreto: yo elijo este silencio…
Yo no se.
Es, en fin, lo que nos falta.
Y no insistiré, no valla que alguien despierte, desempolve el corazón, desperece los instintos, amanezca en el oeste y grite pero tan fuerte que retumben las catedrales mas antiguas del monoteísmo del silencio.
Y lo encierren, por loco.
Ese sueño de enrejado compañero nos ha conquistado, penetrado, absorbido. Dalton, por decir, no es palabra autorizada, sino lo opuesto: lo es todo. Y no digo que el mundo devenga en cárcel, pues, si tan simple fuera, fundiría mis dedos en bronce y no en tinta. Digo, oigan, que no hay azar en nuestro adentro, no hay, acaso, una luz y una sombra, una acuarela que cruce a nado el lienzo en tempestad; hay mas bien una libertad fulgurante que se ha autoforjado con hierro cálido y bordó un gigantesco callar. Que se ha podrido en el perfume del silencio.
Orada en los más hondo el latido extraño de lo temido. Sépanlo. Óiganlo. No ha sabido cabalgar, con tan poco lo han domado. Le han confundido la forma, asesinado la diástole, entorpecido las manos, avasallado el rostro. Como el chillido agudísimo del murciélago penetrándolo a diario, a cara de limón. Así la mordaza.
Yo no se cuando es que triunfa la muerte. Si al comienzo, cuando uno nace incapaz de llorar; o al final, cuando uno lamenta no haber llorado, allí, cuando tenía voz. O es acaso que un trío de deidades ciegas y arbitrarias (un tribunal) dictaminan la sentencia: “tu, en vida, callarás”. Yo no se. Tal vez es albedrío, tal vez cada uno de los unos lo decide en su más íntimo y -paradoja- colectivo secreto: yo elijo este silencio…
Yo no se.
Es, en fin, lo que nos falta.
Y no insistiré, no valla que alguien despierte, desempolve el corazón, desperece los instintos, amanezca en el oeste y grite pero tan fuerte que retumben las catedrales mas antiguas del monoteísmo del silencio.
Y lo encierren, por loco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario